El agua siempre fue parte prodigiosa del paisaje chileno. Tan pletórica que hasta se hizo un tema del arte nacional.
Imposible es hablar de Chile sin mencionar sus aguas. “¡Ay agüita de mi tierra!” cantaban Los Cuatro Huasos, “Canto de los ríos que se aman” escribió el poeta Raúl Zurita. “Aguas de Limache y del Aconcagua” pintó varias veces Thomas Somerscales.
Así, de tan espirituales no vimos sequías, inundaciones, rebalses, filtraciones, fugas, ni derrames. Cosas que tenían que ver con un clima a veces adverso y, también, con el mal manejo que el hombre hacía de las aguas.
Entremedio se nos vino encima esta sequía grande. De pausadas, pasaron a ser más frecuentes. A veces duraban 6, 7, 10 años; o sea, determinaron la ausencia del agua.
Es cuando aparece la conciencia de que nuestro Chilito del agua, tan cantado, también es un territorio sin agua. Y para un escritor comienzan a surgir otras palabras. Esas que actúan, se sufren y describen un territorio en sequía.
Desde ellas, el agua lírica, cantada y afectuosa, que alguna vez definió la belleza patria, descompone su forma y hoy debe nombrar situaciones críticas. Es que no son bellos la falta de agua para beber, ni la ingeniería hidráulica que valora el liderazgo de un agua privatizada.
La paradoja es que el agua que era bella por su abundancia hoy sigue siendo preciada, pero por su ausencia. Es que lo que no se prodiga, siempre es bello. Su falta la hace tan preciada como el oro.
Así es como, de lírico, el tema del agua se hace dramático, tragedioso. Si siempre fue sujeto del arte, su lirismo afectuoso cambió para convertirse en realismo dramático.
Volviendo a las palabras dichas, ahora conmovedoras, sin arte, nos resuenan los rebalses, filtraciones, fugas, derrames, avenidas, usurpación, robo, calentamiento…
En agosto, a la vera del Canal Serrano en Pachacamita, le pregunté a un campesino por qué estaba seco. Me contestó que en esta época, el canal sólo lleva los estrujes del Rabuco. Pero hoy, como el Rabuco no lleva agua, no hay nada que estrujarle.
Claro, la palabra estrujar es muy hábil para construir una metáfora. Se estruja una aceituna para sacarle el aceite. El Rabuco sólo podría dar agua desde una apretura telúrica, casi literaria, y eso ya no es lírica, es drama; es decir, es un asunto lastimoso. Tanto, que hasta puede promover terror, como en una tragedia.
El Estero Rabuco siempre fluyó desde las lluvias que caían sobre La Campana. Hoy ya no llueve, entonces no fluye, no se puede estrujar.